miércoles, 2 de junio de 2010

Cuando los cristianos creamos en Jesús

  • Hay muy pocos cristianos que saben ser coherentes entre lo que dicen creer y lo que en realidad viven


La situación de crisis que viven muchas personas se debe, en lo general, a que realmente no conocen a Jesucristo 

La situación de crisis que viven muchos hombres y mujeres en el mundo actual, se debe, en lo general, a que realmente no conocen a Jesucristo, quien es el Camino, la Verdad y la Vida; el único que puede hacer verdadera, profunda y eternamente feliz al ser humano. 
Sumidos en la tristeza, la frustración, la desesperanza y hasta en la depresión, lo que les produce un gran vacío, deambulan por el mundo tratando de llenarlo con todo aquello que jamás podrá satisfacerlos: Priva en ellos una ansiedad desmedida por poseer, por el poder, por el placer, e incluso por el saber. 
Desprovistos de valores trascendentes, gastan su vida en una lucha, muchas veces a muerte -- una muerte inútil-- por conseguir todo esto y terminan por hacer más grande ese vacío existencial. Y no todo termina ahí, sino que arrastran a la muerte espiritual y, en muchos casos, muerte física a muchos más. Ahí están la violencia y la delincuencia incontrolables; ahí están las injusticias, el hambre, la pobreza extrema; ahí están el narcotráfico y el creciente número de adictos, entre los que se cuentan ya niños y adolescentes; ahí están las más absurdas y destructoras guerras.

    
¿Por qué no conocen a Jesucristo? 
Porque los cristianos no hemos sabido dárselos a conocer; porque los cristianos hemos desvirtuado su persona, desfigurado su rostro, tergiversado su enseñanza.

     Porque hay muy pocos cristianos que saben ser coherentes entre lo que dicen creer y lo que en realidad viven.

     Porque hay muy pocos cristianos dispuestos, a ejemplo de su Maestro Jesús, a dar hasta la propia vida si fuera preciso, con tal de ser fieles a la verdad, a Dios mismo.

     Los hombres y las mujeres de hoy están hartos de palabras huecas, salidas de bocas hipócritas o timoratas, y reclaman autenticidad y credibilidad.

Jesucristo, por nuestro Bautismo, nos hace partícipes de su Obra Salvadora, y nos envía a enseñar a las naciones a cumplir todo cuanto Él nos ha mandado, a hacer discípulos a las gentes de todas partes. Y la única forma en que podemos cumplir su encomienda, es viviendo primero nosotros mismos sus mandamientos, los cuales se resumen en el del amor. Y eso cuesta mucho; cuesta sangre, sacrificio, e insistimos, hasta la propia vida.
Para ello, es preciso tener bien presente el valor incomparable de la eternidad, es decir, el valor de esa herencia de felicidad eterna que el mismo Jesús, por su muerte y resurrección ya nos ganó, en contraposición de la falsa y efímera “felicidad” que nos puede dar el mundo.
Así mismo que, para lograrla, no estamos solos, sino que Jesús permanece con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, a través de su Espíritu, del cual somos templos vivos, y con el cual todo es posible.
El Evangelio de hoy nos muestra el verdadero rostro de Jesús, aquel que los cristianos deberíamos mostrar a través del nuestro, de nuestras actitudes coherentes con nuestra fe; el rostro de un Dios que se hizo Hombre para ser nuestro Hermano, nuestro Amigo; un Dios que es todo amor, comprensión, misericordia y perdón, que, inmerso en nuestra realidad, vibra con nosotros, se conmueve de nosotros, quiere lo mejor para nosotros, como es el caso de la viuda del pueblo de Naím a la que le devolvió a su hijo único, vivo.
Cuando los que nos decimos cristianos creamos auténticamente en este Jesús, y vivamos conforme a esta fe, entonces podremos mostrarlo, tal cual es, a los demás, y entonces podremos empezar a ayudar a que se transformen los corazones y el mundo en general.  


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