El cardenal prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos hizo estas afirmaciones en una carta que dirigió a los presbíteros y obispos de China, la cual fue difundida este jueves por la Sede Apostólica.
“Un eclesiástico tendrá cuidado en resistir a todo deseo de enriquecerse de bienes materiales o de buscar favores para la propia familia o etnia, o de nutrir una malsana ambición de hacer carrera en la sociedad o en la política”, escribió el purpurado.
Agregó que “todo esto es extraño a su vocación y lo distrae gravemente de su misión de conducir a sus fieles, como un buen pastor, en el camino de la santidad, de la justicia y de la paz”.
Según Dias, el sacerdote es un “hombre de Dios” y, por ello, debe distinguirse por su espiritualidad, su vida austera, además de dedicar su existencia a los fieles jóvenes y adultos, a los pecadores, a los pobres, los enfermos, marginados, las viudas y los niños.
Además destacó la importancia de la unión de los católicos chinos con el Papa y otros miembros de la Iglesia, recordó que algunos obispos de ese país asiático debieron sufrir a causa de su fidelidad al Vaticano y, a ellos, les rindió homenaje.
“La comunión con Pedro y sus sucesores es garantía de libertad para los pastores de la Iglesia y la misma comunidad a ellos confiada. La ejemplar fidelidad y el admirable coraje, demostrado por los católicos en China hacia la sede de Pietro, son un don precioso del señor”, apuntó.
Con estas palabras, el purpurado se refirió a la situación histórica de China, donde durante años los cristianos fieles al Papa de Roma formaron parte de la “Iglesia clandestina”, perseguida y hostigada por el gobierno.
Al respecto, Dias evocó algunas palabras del Papa Benedicto XVI, quien dijo que en los dos milenios de historia de la Iglesia nunca faltaron las pruebas para los cristianos las cuales, en algunos periodos y lugares, asumieron el carácter de verdaderas persecuciones.
“Estas, pese al sufrimiento que provocan, no constituyen el peligro más grave para la Iglesia. El daño mayor ella lo sufre de aquella que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades”, indicó.
“Uno de los efectos típicos de la acción del maligno es justamente la división al interior de la comunidad eclesial. Las divisiones, de hecho, son síntomas de la fuerza del pecado, que continúa a actuar en los miembros de la Iglesia incluso después de la redención”, anotó.
Notimex
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